Me habían invitado a volver a visitar mi colegio de la infancia. Estaba por fuera igual, pero por dentro, todo cambiado. Reconocí el sitio donde el portero Luis vendía las chucherías. El largo pasillo a la dirección, y el salón de actos, junto a la cocina, que era comedor y sala de cine a la vez. Me emocioné recordando aquellas primeras películas de la infancia. Sonó el móvil. Alguien que no recuerdo me dijo que se había enterado que yo había muerto. Le dije que no, que era imposible, que yo estaba vivo. Pero siguieron más llamadas, llegaron amigos, gentes desconocidas y me daban el pésame por mi muerte. Desperté.
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